martes, 24 de enero de 2017

L'home que va morir al pont del Navarro


Como ya he contado en otras partes de este blog, mi padre se dedicó a la tala de pinos y carrascas allá por los años 48 y 49 junto con mi tío Ramón. La leña la vendían no sólo en Biar sino que suministraban la misma a otras poblaciones próximas como Bañeres. Algunas fábricas utilizaban la leña para su combustión en las calderas industriales.


Fotos antiguas de Bañeres
El principal cliente de esa localidad era la familia dels Bacores, propietarios de una fábrica de mantas.

Antiguos telares de una fábrica de Bañeres
Para el transporte de leña en carros contrató a Pepe el Serrano, también de Bañeres y al que ya conocíamos por ser el propietario en aquella época de la Casa Lluna de Biar.



Todos los sábados me mandaba mi padre a cobrar la venta semanal de leña, cantidad que ascendía mas o menos a 2.000 pesetas de la época, cantidad importante como para ser custodiada por un chaval de 17 años como yo.
Normalmente me desplazaba en tren, el chicharra, también conocido como "el autovía", desde que fueron sustituidas las máquinas de vapor por otras con motor de gasolina o gasoil.



Horarios del Chicharra. Fotos Blog Villena Cuéntame
En una de tantas ocasiones, me desplacé allí después de comer pero cuando llegué a la fábrica dels Bacores, el propietario no estaba y me tocó esperar. Y tanto esperé que cuando quise volver a la estación había perdido ya el único tren de la tarde de vuelta a Biar.

Estación de Bañeres, actualmente y tal como la conocí en mi juventud. Foto derecha Blog Villena Cuéntame

Como no tenía ninguna alternativa, asumí que tenía que volver, quisiera o no, andando hasta Biar. Tratando de darme ánimos me dije a mi mismo: Pies ¿para que os quiero? y emprendí la marcha teniendo por delante unos 15 km para recorrer desde la estación.




En el cruce que hay a las afueras de Bañeres me tuve que parar porque pasaba un coche Ford, cosa rara en aquella época ya que se veían pocos, en parte porque los caminos no estaban aun  acondicionados para ellos. Aprovechando que frenó observé que la matrícula era de Valencia. En esos momento, una chica más o menos de mi edad se asomó por la ventanilla y dirigiéndose a mí, me dijo: ¡Hombre Juan! ¿Qué haces tú por aquí?


Para mi sorpresa, era una familia de Biar aunque residentes en Calatayud y a los que yo conocía. Le expliqué lo que me había pasado y que, al igual que ellos, yo también iba para Biar, pero andando. Aunque el coche iba bastante lleno me las prometí felices pensando en que me harían un hueco, teniendo en cuenta que en aquella época yo era muy delgado. Pero no fue así, después de despedirse amablemente de mí, se dirigieron al chófer que llevaban y le dijeron: Paco, puedes seguir.

Después del primer kilómetro andando me dije a mi mismo que tenía que hacer algo para llegar antes así que me propuse andar uno y luego correr el siguiente, y así hasta llegar al pueblo. Creo que en aquel momento fue cuando empezó a gustarme lo de correr. 

Una foto de mi juventud, participando en una carrera (segundo corredor)
Cuando llegué al pueblo empezaba a caer la noche y aun estaba contándole a mi madre lo que me había pasado cuando llamaron a la puerta. Era mi primo Cristóbal Pérez "el lechero" que venía muy alterado. En aquella época él y su familia vivían en la finca de La Venta. Me contó que su madre, mi tía Teresa, acababa de bajar al pueblo. El trayecto lo hizo como de costumbre por la actual calle de El Navarro y según había contado a mi primo, delante de ella iba "un foraster" con un saco cargado a la espalda.


Al llegar éste al antiguo puente sobre  la Rambla dels Capellans (hoy soterrado) mi tía vio como hacía un intento de bajar hacia la rambla y como resbalaba. Cuando pasó a su altura lo vio tirado inmóvil en el bancal inferior. Asustada se fue corriendo hasta la lechería que tenían en la Calle Mayor y le contó a mi primo lo sucedido. Éste pensó que lo mejor era buscarme (yo vivía en aquel entonces en la plaza del Raval) para acompañarle hasta allí y ver si seguía el desconocido en el suelo.

                                               A la dcha. casa del Raval en la que vivía en aquella época. 
                                                        Foto publicada por Cristobal Sarrió Lledó.


A pesar de que yo estaba con pocas ganas de fiesta después de la caminata, me supo mal y nos fuimos junto hacia allá.


De un salto bajamos medio a oscuras al bancal inferior. Allí estaba tumbado el hombre y no daba señales de vida. Inmediatamente pensamos que estaba muerto y que debíamos ir al cuartel de la guardia civil, que en aquella época estaba en la actual Casa de Cultura. Mi primo me rogó que me encargara yo, ya que tenía que volver preciso a la lechería para seguir trabajando. Así que, nunca mejor dicho, me cargó a mí el muerto.

Antiguo cuartel y uno de los guardias que estuvo destinado en Biar
Cuando llegué al cuartel le conté lo que pasaba al guardia de puerta, de nombre Domingo, al que yo conocía bien. Cogió su fusil y nos dirigimos juntos al lugar. Lo primero que hizo fue darle el alto al hombre que seguí allí inmóvil. Al ver que no reaccionaba se acercó y comprobó que tenía una brecha en la cabeza. Como no las tenía todas consigo sacó un mechero y se lo acercó al talón del pie. Viendo que seguía inmóvil, sentenció: ¡Este hombre está muerto!

Entonces me pidió que regresara al cuartel y si no estaba el cabo, que le esperase para darle cuenta de lo sucedido. Siguiendo con mi mala racha, cuando llegué allí no estaban ni las águilas. Me salí  a la puerta para esperarlo. Al cabo de un rato sonó el teléfono. Yo nunca había utilizado ninguno así que al principio me quedé paralizado. Pero como recordaba algunas escenas que había visto en las películas, me dije a mi mismo: ¿y por qué no? Con mucha resolución lo descolgué diciendo: ¿Dígame?


Al otro lado del hilo telefónico estaba la mujer del alcalde que preguntaba por el cabo de la guardia civil. Le respondí que no estaba y le expliqué quien era yo y que hacía allí. Después de dejarme el recado para el cabo, colgó. En aquel momento el alcalde era Antonio Soler Martínez, conocido como "Granero".

A los pocos minutos regresó Domingo, quien viendo que no acudía nadie, decidió volver al cuartel para ver que pasaba. Me pidió que fuera nuevamente al puente a sustituirle mientras él esperaba al otro guardia.



Ya casi arrastrando los pies volví al puente y allí estaba yo inmerso en una oscuridad total sentado en el bancal junto al hombre muerto. El tiempo pasaba sin que apareciera nadie y yo estaba agotado de tanta carrera y encima, sin cenar.


Sobre las doce y media de la noche por fin aparecieron tanto el cabo como el médico forense para hacer el levantamiento del cadáver. Para su identificación rebuscaron en sus bolsillos. En aquella época todavía no existía el DNI, pero llevaba una cédula de vecindad conocida también como hoja blanca, con sus datos: Dionisio Morales Santiago, natural de Cartagena. También encontraron dos pesetas y una carta en la que unos familiares de Barcelona le ofrecían un trabajo en esa ciudad. Parece ser que este hombre carecía de recursos y decidió llegar hasta esa ciudad andando. Posiblemente, mientras buscaba refugio para pasar la noche bajo el puente del Navarro, una mala caída hizo que terminara sus días trágicamente en nuestro pueblo.



Aunque ahora parezca algo increíble que una persona se desplace andando esta distancia, en el pasado era el medio habitual para aquellos que no disponían ni medio de transporte propio ni dinero para pagar el ajeno.

Después de hacer el levantamiento del cadáver se le trasladó en carro para ser llevado a nuestro cementerio, momento en el que yo ya pude regresar a mi casa.


A los pocos días vinieron unos familiares para hacerse cargo de las pertenencia: dos pesetas, una carta y poco más.

 Esta historia me impactó tanto que toda mi vida la he recordado con todos los detalles y todavía creo que aquél fue uno de los días más largos que he vivido.