La Casa del Higueral se encuentra en la zona de Biar que conocemos como La Argueña, muy próxima ya al término municipal de Sax. Aunque la edificación de la foto no es la que existía en la época a la que se refiere esta historia, sí que ocupaba el mismo lugar.
Actual casa del Higueral |
Para llegar al pueblo a pie desde ella existían dos opciones. La primera era coger el camino en dirección al Clot de Isaac, pasando entre Els Cabeços dels Portuguesos y la Solana Marrassà, hasta llegar al Puerto de Sax y desde allí, pasar al otro lado de los macizós de la Penya Tallà y Peña Rubia, para ir por senda hasta el pueblo. Esta vía era la menos utilizada por su mayor distancia y forma parteba (en sentido inverso) de la Ruta al Puerto de Sax que ya publiqué.
Acceso al pueblo por el Puerto de Sax. (c) Instituto Valenciano de Cartografía |
La otra opción era coger la que desde la propia finca sigue el cauce del pequeño barranco que nace mucho más arriba, en el Pouet de la Coveta Roja y que en su largo recorrido atraviesa la finca. La senda prácticamente ha desaparecido en gran parte de su trazado por falta de uso y por la vegetación que ha ido creciendo en ella. En su ascenso, lindando con los bancales del Higueral, pasaba por Els Pins de Don Juan, un importante pinar en el que estaban algunos de los pinos piñoneros más grandes de Biar y cuyo propietario contrató a mi padre para su tala.
A continuación se llega a la Vinyeta de la Societat, así llamada por estar en el linde entre los montes públicos y los de la antigua Sociedad de Montes, y pertenecer a esta última.
Vinyeta de la Societat |
Tanto la a senda como el pequeño barranco bordean la loma conocida como El Cirer y a continuación la umbría del Cabecet de Valero, hasta llegar al Pouet de la Covet Roja, donde enlaza con la que sube zigzagueando por la solana del barranco en el que está la Font de Joan y la Coveta Roja hacia las Peñas del Contador.
(c) Instituto Cartográfico Valenciano |
Una vez superado el Pas del Comptador, continuando por senda, se llegaba a la Penya Tallà y al pueblo. En ocasiones, mi tío y mi padre se desplazaban a pie durante las labores de tala, haciendo este recorrido.
En naranja, trazado de la antigua senda desde la Casa del Higueral |
Si el transporte se hacía en carro la cosa se complicaba ya que el camino carretero, construido entrado el siglo XX, después de atravesar por la cima de las lomas de Bellot seguía mas o menos el curso del Barranc de Bellot hasta alcanzar el Cabecet de Valero. A partir de las proximidades del barranco de la Cova Roja, los carros debían tomar la dirección hacia el pueblo por otro camino carretero sobre el que hoy en día se superpone la pista forestal.
A la izq. punto en el que desemboca el camino carretero. Dcha. lugar en el que lo hace al camino actual. |
Existían alguna alternativa más pero todas ellas resultaban poco prácticas por su mayor longitud, ya que eran caminos o sendas destinadas a comunicar las fincas entre si:
Izq. senda que nace en la Finca del Higueral y que bordeando las lomas de Bellot, desemboca en la actual pista, a la altura de la Font de Bellot (dcha) |
A la izq. en amarillo algunos caminos y sendas alternativos. A la dcha. el camino carretero más corto para ir al pueblo. (c) Instituto Geográfico Nacional |
Allá por los años 43 y 44 mi padre David Bresquilles y su hermano Ramón obtuvieron el derecho para la tala de parte de los pinos de Don Juan. A veces se desplazaban para toda la semana y pasaban la noche en la Casa del Higueral, porque las distancias eran muy largas y la jornada de trabajo también.
En aquella época los caseros eran una familia murciana. En una ocasión le dijeron a mi padre: David, tráete la próxima vez la escopeta y a ver si matas algún conejo para que hagamos unos buenos gazpachos.
Y mi padre así lo hizo. Cuando salió a cazar tuvo tan buena suerte que cogió un conejo y una liebre.
Mi padre, David Bresquilles, gran aficionado a la caza |
A última hora de la tarde la mujer del casero se puso manos a la obra y peló ambos animales para preparar de cena ese ansiado plato de gazpachos. Aquel día iban a cenar la familia, mi padre, mi tío y también algún trabajador más de la finca.
Desollado de un conejo |
Una vez terminó esta tarea, con las manos ensangrentadas sacó del barreño con agua sobre el que los había estado limpiando las tripas y dejó sólo el agua sanguinolenta, y después de lavarse en ella las manos la utilizó para amasar la coca del gazpacho. Imagino que esto debía ser porque en la casa el agua era un bien escaso ya que sólo disponían de la que se recogía en el aljibe.
Troceando la "coca" para los gazpachos |
Mi tío, que era bastante asqueroso, cuando se dio cuenta, se quedó ya con la mosca detrás de la oreja, viendo "lo bien aprovechada" que estaba el agua.
Cocinando los gazpachos en la gazpachera |
Una vez hechos los gazpachos se dispuso la gazpachera en el centro de la mesa. Se sentaron a comer a la luz de un candil y ya sabemos lo poco que puede alumbrar un candil en un porche grande, que uno no sabe ni donde tiene la mano derecha.
Una de las veces en que mi tío Ramón metió su cuchara se dio cuenta de que había cogido un buen trozo de carne. O al menos, eso es lo que él creía.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad apreció la hilera de pequeños dientes que asomaban del trozo, que no era otra cosa que la cabeza de conejo, de la que sobresalían los dos ojos saltones. Pero no era lo único que conservaba el animal: unos grandes bigotes, brillantes por el caldo de los gazpachos, permanecían allí pegados a la cabeza. Evidentemente aquella mujer no se había mareado mucho al pelar los animales.
En ese momento es cuando mi tío le dio tanto asco que no aguantó más y soltando con aspavientos la cuchara, dejó de comer. Mi padre, quitándole importancia al asunto, sacó la cabeza de la liebre que también estaba y dijo con resolución: El cap pal caçaor!
La abrió y se comió los sesos y la lengua, porque siempre fue un buen "tripero" como yo y no le hacía ascos a nada. De esta manera terminó la gaspatxà.
A pesar del asunto de las cabezas y el agua sanguinolenta, mi padre contó que estaban muy buenos. Esta historia me la relató infinitas veces y mi tío confirmaba que había pasado tal cual, provocando la risa de todos los que la escuchábamos, que no nos cansábamos de oírla una y otra vez.