miércoles, 23 de diciembre de 2015

L'home que va apunyalar un arbre



Històries a la calor d'una foguera



Una de las rutas de este blog habla del trayecto a pie que antiguamente hacían los habitantes de las Casas de la Algueña para ir al pueblo, la que he llamado “La del Abuelo David” pero cuyo verdadero nombre es la Senda de l'Alt de les Voltes, un trayecto de poco más de 6 kilómetros hasta el pueblo, la mitad de los cuales son de subida y el resto de suave descenso.


Senda de subida desde l'Argueña

Se trata de una senda sinuosa que discurre gran parte de su trayecto en zonas de pocos árboles, pero con bastantes arbustos que dificultan el paso.

Cuando mi abuelo Batiste vivía en la Casa de Santa Aurelia solía contratar a algún trabajador del pueblo para ayudar en determinadas tareas agrícolas que debían realizarse en poco tiempo y para las que sus manos y las de sus siete hijos varones no daban abasto.

Esto es lo que sucedía, por ejemplo, a la entrada de los inviernos en que debía realizarse la poda de los viñedos. La persona contratada al llegar la noche volvía al pueblo para dormir en su casa por la senda que he mencionado.

Sucedió que uno de estos trabajadores, en una noche muy fría con fuertes ventiscas, se echó una manta a la cabeza para protegerse del intenso frío en el camino de regreso.


 Cuando iba todavía por el trayecto de ascenso sintió como le agarraban la manta y tiraban de ella. En aquella época, la gente era muy supersticiosa y creía en fantasmas y todo tipo de espíritus malignos. Presa del pánico, empezó a gritar: Suéltame, déjame por favor, déjame ir.

Dando tirones para poder recuperar la manta, terminó por desistir y “como alma que lleva el diablo” salió corriendo sin la manta, dando tropezones, hasta llegar al pueblo.


A la mañana siguiente debía presentarse nuevamente en la finca para continuar con los trabajos de poda. Todavía con el miedo metido en sus huesos, deshizo el mismo camino que la noche anterior, esta vez protegido por la luz del día y por una navaja que llevaba encima.

Cuando llegó al lugar en que había ocurrido todo vio su manta enganchada en las ramas de un pino que quedaba justo a la vera de la senda. Fue tal la rabia que sintió que, sacando la navaja que llevaba en el bolsillo, intento clavárselo repetidas veces al tronco del árbol con ensañamiento, y gritándole: Si en lugar de un árbol fueras un fantasma o un hombre, te la clavaría igual.


Esta historia, al igual que otras, era contada por mi padre en esas ocasiones en que nos reuníamos un grupo de gente con ganas de reír y pasarlo bien.