Històries a la calor d'una foguera
Una de las rutas de este blog habla del trayecto
a pie que antiguamente hacían los habitantes de las Casas de la Algueña para ir
al pueblo, la que he llamado “La del Abuelo David” pero cuyo verdadero nombre es la Senda de l'Alt de les Voltes, un trayecto de poco
más de 6 kilómetros hasta el pueblo, la mitad de los cuales son de subida y el resto de suave
descenso.
Senda de subida desde l'Argueña |
Se trata de una senda sinuosa que discurre gran parte de su
trayecto en zonas de pocos árboles, pero con bastantes arbustos que dificultan
el paso.
Cuando mi abuelo Batiste vivía en la Casa de Santa Aurelia
solía contratar a algún trabajador del pueblo para ayudar en determinadas tareas
agrícolas que debían realizarse en poco tiempo y para las que sus manos y las
de sus siete hijos varones no daban abasto.
Esto es lo que
sucedía, por ejemplo, a la entrada de los inviernos en que debía realizarse la
poda de los viñedos. La persona contratada al llegar la noche volvía al pueblo
para dormir en su casa por la senda que he mencionado.
Sucedió que uno de estos trabajadores, en una noche muy fría
con fuertes ventiscas, se echó una manta a la cabeza para protegerse del
intenso frío en el camino de regreso.
Cuando iba todavía por el trayecto de ascenso sintió como le
agarraban la manta y tiraban de ella. En aquella época, la gente era muy
supersticiosa y creía en fantasmas y todo tipo de espíritus malignos. Presa del
pánico, empezó a gritar: Suéltame, déjame por favor, déjame ir.
Dando tirones para poder recuperar la manta, terminó por desistir y “como alma que lleva el diablo” salió corriendo sin la manta, dando tropezones, hasta llegar al pueblo.
Dando tirones para poder recuperar la manta, terminó por desistir y “como alma que lleva el diablo” salió corriendo sin la manta, dando tropezones, hasta llegar al pueblo.
A la mañana siguiente debía presentarse nuevamente en la finca para continuar con los trabajos de poda. Todavía con el miedo metido en sus huesos, deshizo el mismo camino que la noche anterior, esta vez protegido por la luz del día y por una navaja que llevaba encima.
Cuando llegó al lugar en que había ocurrido todo vio su
manta enganchada en las ramas de un pino que quedaba justo a la vera de la
senda. Fue tal la rabia que sintió que, sacando la navaja que llevaba en el
bolsillo, intento clavárselo repetidas veces al tronco del árbol con
ensañamiento, y gritándole: Si en lugar de un árbol fueras un fantasma o un
hombre, te la clavaría igual.
Esta historia, al igual que otras, era contada por mi padre
en esas ocasiones en que nos reuníamos un grupo de gente con ganas de reír y
pasarlo bien.